Thursday, May 29, 2008

El Señor de la Marca (i). Envidia o emulación.

Rodrigo era el señor de la Marca. Había sido un buen guerrero y había defendido bien el territorio del rey colindante con el moro; incluso había arrebatado al sarraceno algunos campos y ensanchado su dominio llegando a dominar los llanos. Pensaba que quedaba poco para que cayese en sus manos la Marca vecina, la del moro... pero ya era para la guerra un anciano.

Sus hijos, Enrique y Guillermo, eran aguerridos, valientes y buenos compañeros. Enrique, el mayor, era generoso y arriesgado. Su padre le hablaba siempre de prudencia para suplir sus fallos. Guillermo sólo tenía ojos para su hermano que era el que mejor montaba, el que mejor utilizaba el arco y la espada y el que mejor cantaba. Era su modelo y objeto de su envidia silenciosa.

El padre no gustaba de los aires taciturnos que, como sombra, se notaban como una nube en los ojos del pequeño. Y del joven ponderaba su constancia.

Emulación pensaba el padre. Envidia, se lamentaba el hijo.

En una escaramuza Rodrigo notó, asomado a su atalaya, que el moro esta vez venía más armado. Además de las tropas conocidas se veía que algo ocultaba en ese ataque. Avisó a ambos capitanes: "Ojo que Mustafá hoy no es trigo limpio, nos la está jugando".

Acertó el buen Rodrigo. Mustafá venía con tropas de refuerzo enviadas por el Rey Moro que quería conquistar de una vez la fortaleza de la Marca.

Chocan las tropas del castellano con los caballeros del andaluz. Y, en el fragor de la batalla, desde un cerro se lanzan los caballeros al grito de Alá es grande y son seguidos de una numerosa infantería que multiplica el alarido.

Se repliegan los castellanos. El menor queda rodeado en una trampa que puede ser mortal, pues emulando la audacia de su hermano, se ha retrasado. Se defiende con arrestos. Enrique ve que la situación es apurada y se lanza al galope sin esperar refuerzos, abre un hueco y algún que otro cráneo hasta llegar a dar espalda con espalda con su hermano. Pero una flecha traicionera acierta con su pecho y cae en la refriega.

La ira domina a Guillermo. Ahora él arremete y contagia su valor a los soldados. La fuerza de su envite hace trizas la táctica enemiga. Los moros huyen, él ve la ocasión propicia y dirige sus esfuerzos a la fortaleza enemiga que abre sus puertas al moro fugitivo y al castellano que le sigue.

Golpe de suerte y de audacia. La ira, la sangre de su hermano, la destreza aprendida emulando a su modelo hacen que rinda al moro, a su plaza y a su gente.

Hoy hay luto y alegría. Todos fueron valientes. Guillermo pierde el objeto de su envidia, le caen lágrimas, lágrimas de hombre, al ver retirar a los caídos en batalla. Las lágrimas le muestran que era emulación y cariño lo que sentía, que no envidia.

El Rey recibe la noticia de esta nueva conquista y llama para sí, para la Corte, al joven Guillermo, un Guillermo más maduro porque ya ha sentido las punzadas del dolor en su joven corazón.

frid

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