Sunday, July 16, 2006

Mis recuerdos de huevo.

Cuentos desde mi pecera:

Mis recuerdos de huevo.

Ayer estaban sentados mamá y papá humanos junto a la mesilla, puesto el ventilador, y abierta la ventana para aprovechar la brisa de la noche. Es verano, los niños están dormidos y están pasando un momento hablando de sus cosas tranquilos.

A mí, al principio, la luz me ha despertado, he mirado lo que pasa, pero mamá me ha echado unos gusanitos de los que me gustan y me he quedado tranquilo. Bueno, he cogido los que he podido, porque el loco carpín ha ido más deprisa, negrito ha llegado tarde porque, como siempre, andaba trazando planos.

Ya más tranquilos nos hemos puesto a ver y oír, desde nuestra pecera. Éramos seis ojos grandes fijos en dos humanos grandes que charlaban.

Como quien no quiere la cosa, la mamá ha hablado de fulanita, que tenía dudas de abortar el niño, que mamá le había animado, le había puesto delante uno de sus críos más pequeños y le había dicho: mira, ¿verdad que es majico? Pero el que más ha colaborado es Perico que, al saberse mirado ha soltado esa sonrisa que emboba a todas las madres y, no se lo digas a nadie, también a todos los peces. Y ganó la batalla de la vida, según decían.

Yo me he quedado pensando, como piensan los peces, con burbujas especiales llenas de recuerdos. Y así las leen mis compañeros de pecera. Y recordaba que cuando fui huevo me llevaban, por turnos, mamá y papá en su boca, que se había ensanchado porque éramos unos cuantos ojos en una especie de pecera individual y apretada.

Lo veíamos todo, pero íbamos rodando unos contra otros. De vez en cuando los papás nos soltaban para airearnos. Era entonces cuando el que no estaba de turno nos miraba con esos ojos tan grandes, más grandes que todos nosotros. Luego nos recogían y volvían a pasear. De vez en cuando pasaba un susto grande ¿me van a olvidar?, ¿no entraré en la boca de mi papá? Pero cuando eso pasaba, la mamá con su morro nos ayudaba a entrar.

Pensé en los huevos de hombre, cómo deberían mirar si tuviesen la mala suerte de no ser deseados, como estuvo a punto de pasar con esa amiga de mi dueña. Qué alegría que acabase bien. Porque yo sé lo que es sentir la angustia de que te puedan olvidar, así como los miedos de mis papás; porque por ahí merodeaba la carpa grande relamiéndose los morros y mirando por si nos podía atrapar.

Que alguna familia de peces menos diligente tuvo reducida la puesta por culpa de un descuido o de un empujón fatal.

Tengo otros muchos recuerdos divertidos de huevo, sólo os diré que los días tranquilos les gustaba a mis papis ir donde había una ligera corriente, se ponía uno arriba y otro abajo, uno nos soltaba hechos una piña, una bola de gelatina, y aireados y frescos llegábamos a la boca del papá o de la mamá. No había peligro, la corriente era suave y controlada. Y, nosotros, girábamos y girábamos con nuestros ojos de pez en nuestra cáscara de huevo. ¡Cómo reíamos entonces! No deseábamos en absoluto eclosionar.

frid

La seguridad de la pecera.

Cuentos desde mi pecera:

La seguridad de la pecera:

Ayer vinieron mis señoritos a ver la televisión donde se encuentra mi pecera. Decían que iban a ver un documental.

De hecho a mí, por un momento, me pareció que habían dado la luz a una gran pecera, con seres como ellos pero pequeñitos, y que se dedicaban a matarse unos a otros. Recordé que, cuando yo era pequeño, y no lucía tan grande peluquín rojo, mi papá y mi mamá me decían que no me alejase de la cueva que habían hecho con unos guijarros del río Amarillo. Porque, yo no os lo había dicho, pero me diferencio de carpín y de negrito en que nací libre, no en cautividad.

Pues a alguno de mis múltiples hermanos se los llevó en sus fauces una carpa grande y feroz. Yo siempre anduve más espabilado y, cuando sentía la corriente de agua que anunciaba un pez grande me iba rápido a mi refugio.

No pensé que hay peceras tan inseguras como el mundo exterior. Porque lo que vi, en ese rato, fueron varios asesinatos, incendios, choques de coches y esas cosas de las que les gusta ver a los humanos. Lo que me asombra, como pez, es que lo hacen porque sí; pues la carpa grandota me confesaba, yo bien lejos y en mi cueva, que ella no lo haría pero que el hambre le impelía a devorarnos, que esa era la ley de la naturaleza.

Lo que veía en la pecera iluminada no tiene nada que ver con el mundo de los peces. No hay unas reglas claras. Mis hermanos que no sobrevivieron pasaron a ser carne de carpa, la carpa a ser carne de siluro, el siluro de tiburón y el tiburón de orca. Y, la orca que se moría comenzaba la rueda con los cangrejos voraces que la limpiaban en un plis plas.

Lo que no entiendo, con mi escasa inteligencia de pez es qué sacan en claro de ese culto a la pecera iluminada, si siguiesen los ejemplos de lo que ven, mi vida aquí sería un infierno y la suya una pelea continua. Yo me pregunto también si no podrían cambiar esa pecera por otra con seres humanos pequeñitos más educados, por ejemplo como ellos, como mis dueños: amantes de su mujer, cariñosos con sus hijos, amables con sus vecinos, atentos con sus familiares.

Quizá haya tenido yo la suerte de haber caído en el único hogar en el que la gente se comporta como un humano debe comportarse, no en vano me dicen mis genes que es el rey del mundo creado. ¿Será que ven lo que ven en la tele, que así llaman a esa pecera, porque fuera de su mundo todos los demás se han vuelto locos? ¿Cuesta tanto encontrar canales donde se muestren personas como mis dueños? Quizá ellos no lo saben, pero si les grabasen a ellos y los demás los viesen, puede que el mundo de los humanos mejorase enormemente.

Porque de mis dueños no tengo queja, no se dedican a hacer lo que ven en la pecera iluminada; son amables, me atienden a su debido tiempo y se tratan de modo amable.

frid

La inauguración.

Cuento:

Llega la hora, los nervios a flor de piel; el Alcalde llama agitado por su móvil, el jefe de gabinete también llama, la secretaria lo mismo, y el bedel –contagiado- llama también a la Puri, su mujer.

Los teléfonos móviles suenan, los concejales se levantan y llaman, los jefes de servicio municipales también llaman, las secretarias lo mismo, y los bedeles hablan con su Carla, Mary, Consuelo, y una bedel con su Antonio.

Se ponen en marcha, entran en el garaje teléfono en mano, los vehículos rugen, se empujan por salir los primeros. Los conductores se bloquean, pero el primero que sale es el del Alcalde, con el Alcalde, por supuesto, que otros no hacen lo mismo con los concejales y técnicos de turno. Y eso es así porque el chofer es tío segundo de nuestro gran Alonso, el asturiano.

Los semáforos hacen sus jugadas, alguno queda rezagado. Llamadas de móviles a la policía municipal, los semáforos se bloquean, los guripas se llaman por el móvil para coordinarse. Las calles se llenan de coches, el tráfico se paraliza en todas las vías.

La gente espera paciente, luego llaman a casa, la Puri o el Antonio se enteran de que el atasco hoy es especial.

La comitiva se acerca. Últimos avisos, los móviles vuelven a sonar. Sale el Alcalde móvil en mano, salen los concejales, salen los jefes de los servicios municipales, todos se dispersan por la explanada, todos con su móvil diferente, suenan melodías para todos los gustos.

La multitud se asombra, la multitud aplaude: ¡qué entusiasmo, qué baile de móviles se luce, qué creatividad la del Alcalde! La oposición pierde baza en el asombro inicial.

La comitiva se mira y se dan cuenta de que se están hablando entre sí por los móviles cuando se pueden ver el careto. Se apagan casi todos los móviles y empieza la procesión hacia la cinta y el gran botón verde.

El Alcalde pulsa el botón: queda inaugurado el sistema de Control Automático de Ordenación Semafórica, el CAOS. El programa se inicia con los datos de partida de la ciudad colapsada. El sistema se colapsa. El humo empieza a salir.

La comitiva, antes de que pasen mayores, se marcha. Los móviles vuelven a sonar. El tráfico está imposible. Esta vez se vuelven andando.

Desde el cielo, la ciudad queda llena de coches, sin huecos en la calzada. La gente se marcha andando a su casa. Y, es que no hay Metro.

Desde ese día la vida es mas sana. Todos van andando a todas partes, el móvil es desterrado y el musgo y la hierba empiezan a crecer en los capós de los vehículos dando una patina de antigüedad a la vía urbana.

Friday, July 14, 2006

Un coche y una furgoneta. Flechazo.

Historia de un coche ligón:
Cuento


Ellos se vieron al saludar a la Virgen, pero no se dieron importancia, eran uno más entre todos los zaragozanos que bajaban al Pilar.

En el aparcamiento la furgoneta azul dio marcha atrás y golpeó el Audi rojo del chaval.

Salieron los dos a papelear. Intercambiaron direcciones y teléfonos para arreglar los papeles del seguro.

Mientras el coche y la furgoneta se pusieron a cuchichear, debieron de gustarse de verdad.

Ella en casa despotricaba diciendo que había tenido una colisión con un bobo.

El a los amigos: las chicas no saben conducir.

Acabaron los papeles y, parecía que la cosa no iba a más.

Coche y furgoneta se encontraron, y el Audi guiñó un faro, se movió solo e hizo un ligero arañazo a la furgoneta.

Volvieron a salir, retomaron los teléfonos y se dijeron que no necesitaban intermediario, que eso lo iban a arreglar juntos en el seguro.

Ella en casa: ese chaval es algo bobalicón, pero mira, en otras cosas parece majico.

El a los amigos: menuda moza, es la segunda vez que nos topamos. No quiero ni verla. Bueno, hemos quedado mañana para hablar del seguro. Se va a enterar.

En ese momento el Audi levantó bien los faros asombrado ¿qué estoy haciendo mal?

Ella se puso elegante, él incluso se peinó algo. Pensaban: de esta, est@ se entera. ¿pensaban?

El asunto parece que requería cafés, cafés, cafés, cervezas, cines, paseos, visitas al Pilar.

Realmente era difícil resolver los papeles de la colisión, tan suave, entre Audi y furgoneta.

Ella en casa: mamá, ese mozo es ingeniero y sabe un montón, pero no entiende nada de seguros.

El a los amigos: algo me pasa, que no acabo de explicarme bien, y eso que parece espabilada.

Ya de ahí no pasó mucho tiempo. Audi y furgoneta orgullosos se miraban.

Pocos años después, salían de la furgoneta con un cochecito, alrededor algún que otro pequeñajo, iban al Pilar, pero en esta ocasión los que chocaban eran los enanos que querían montarse también en el coche del, por ahora, rey de la casa.

Y resulta que ella siempre había entendido. Y él ahora sabía que a veces ser ingeniero no es lo más importante. Que un ignorante a tiempo tiene más suerte que un sabio pedante.

Y la madre ya lo esperaba; y los amigos siempre se sonreían diciendo que "lo habían cazado".

Pero los que lo sabían de antes eran el Audi rojo y la Furgoneta azul que sintieron un flechazo al verse cercanos en el mismo parquing.

Frid