Monday, September 08, 2008

Premio Morilandia sabor de la esperanza.

Raul Flakillo tiene la culpa, se le ha ocurrido premiar a este blog de cuentos, con una cadena que deriva del blog de Morilandia, que es el creador del premio.


Algo que me tranquiliza es el color verde del premio. Si fuese moza diría que sólo "la bella al verde se atreve", siendo mozo el verde es el color del "moro" pero también de la esperanza. Y, en este sentido espero que prime la esperanza. ¿Un mundo mejor es posible?

Si en vez de increparnos en la bloguería nos distinguiésemos en lo positivo, si en vez de crispar uniésemos... y, que se me vea el plumero, si defendiésemos TODA vida humana, habría por supuesto más hombres en el planeta, pero también más mujeres. Y habría más y más alegría. Estaría seguro que nacerías una vez encargado y no tuvieses que desteñir el verde esperanza por el negro funeral.

Suelto mi plumero y tomo el curso del post para premiar a algunos de mis amigos, de los que cito:

De hombres y ratones de Fernando Inigo por su chispa polémica.

Mercedes Sáenz por ser poeta y crear mundos.

Blog de Patricia Lorente por su sentido común.

Pensamientos de un caminante porque juventud y sentido común están unidos.

Diario de mi pintura por su simpatía en el dibujo.

Es claro que no agoto aquí la relación, pero también es claro que la cadena, una vez formada, seguirá, seguirá y seguirá como un verde oceano lleno de vida y de peces.

¿Verde o azul? según el momento y según la orilla. Al final retoma el azul para fundirse con el cielo y llevar los peces al aire, y las aves al mar.

Y ¿la tierra? Ahí están nuestros ojos para mirar la fotografía que nos ofrece Raul Flakillo o los cuadros de Rosario en Diario de mi pintura

frid





Friday, September 05, 2008

La casa del reloj (1)


No es normal vivir en una casa con reloj; aparentemente es simplemente un instrumento que marca la hora, un referente para el viajero... si bien, desde que los relojes digitales empezaron a funcionar, esos relojes públicos, las casas con reloj, están en claro retroceso.

Vivir en una casa con reloj es algo único, difícilmente imitable. Sólo unos pocos son los privilegiados... y en los barrios nuevos, donde lo digital triunfó de primeras, ya no se piensa en una casa con reloj, salvo con pantalla de plasma y números rectilíneos marcando el segundo y sin posibilidad de retroceso o adelantamiento.

En los barrios nuevos la prisa, la vida... se mide con precisión de segundos. Menos mal que los autobuses siguen sufriendo atascos y los viandantes padecemos la costumbre de pararnos y hablar del tiempo con los vecinos, aunque cada vez menos. Pero podría pasar que se lograse la precisión milimétrica para todo, la conversión del barrio nuevo en una maquinaria de precisión de plasma y cuarzo... ¿Con hombres convertidos en meras máquinas de trabajo, sin sentimientos, viviendo como extraños?

El reloj de verdad, el reloj de edificio, tiene una enorme carcasa y una estructura soporte para sus campanas, para sus mecanismos, para sus programas manuales y para las melodías que lo hacen irrepetible y único.

Alguna casa se construyó como excusa para albergar el reloj. Es lo que daba prestancia al edificio. Pero ahora, con las marquesinas con reloj incorporado, con los relojes de cuarzo de dos euros, con la precisión milimétrica, ya no miramos al cielo, sino, lo más, a la muñeca.

El sonido del reloj marcando las horas nos parece como el campanario de una Iglesia; no lo identificamos ya con el antiguo medidor del tiempo ciudadano.

Y, el relojero que era quien antes tenía a la ciudad en vilo con los adelantamientos o retrasos de la maquinaria, hoy es un artesano de rarezas.

Lejos quedó la época en la que la contienda de precisión entre edificios con reloj era una contienda de interés local. Los partidarios del reloj de la Diputación frente a los de la Caja de Ahorros, o de los del Ayuntamiento ya han dejado de discutir.

Todos esos relojes, relojes viejos, son juzgados por el cristal de cuarzo, uniforme y que hace que miles, millones de seres humanos, vivan a la misma hora, el mismo minuto, el mismo segundo. Hay uniformidad horaria y languidez en los carrillones.

Pero, ¿quién tiene la dicha de vivir todavía en la casa del reloj?

En realidad ese es mi caso.

Por cierto, aquí hablan de mi propia casa: ¿PARIS? NO, ZARAGOZA.