Friday, May 16, 2008

Chapoteando.

Cara y Cruz. Comencemos con la cruz porque así acabaremos sonriendo:


Es el último cuento de José Jiménez Lozano en "La piel de los tomates", se titula "Una taza de te"... cuando lees la razón de por qué le tiembla el pulso a Ismael te recorre a ti "todo un escalofrío"... ve al marido de la cliente, que es el médico que le presionó para un aborto que no hizo... y nació un niño normal. Tembló, cayó la taza de porcelana y se acabó el trabajo en ese almacén tan encumbrado.

Ya es normal conocer muchos casos así... entre los que conozco venció la vida. Ante la mínima duda, el ginecólogo pone ante los padres un puente de plata, una huida hacia adelante. El que debería ser "colaborador para la vida" se transforma en consejero de muerte.

Varios amigos han sufrido presiones. En casi todos los casos nació el niño o la niña normal, en otros vino el tesoro, la prueba de que Dios les amaba más y es un niño que une.

Pero es curioso que en este mundo de tazas de porcelana japonesas, verdaderas obras de arte de belleza... no quepa un niño que no sea perfecto. Pero ¿habéis ahondado en las almas para poder decir que el contenido no es bello? Es una taza única, irrepetible... con una vida para ser vivida.

¿Y el alma de ese médico, de los padres que ceden al chantaje... no estará quebrada ya, como esa taza de porcelana que cayó a una mullida moqueta y apenas se dieron cuenta?

Viven cómodos, con salud, con juventud... pasan los años y no se dan cuenta que van camino a la soledad porque han seguido la senda del desamor, del interés... de la manipulación de lo humano.

¿Qué médico puede considerarse como un dios pagano para decidir quién es digno de vivir la vida sin preguntar siquiera a la inocente víctima?

Hablemos de la cara, de la vida... volvamos a mi pueblo en verano.

Ha llovido al mediodía. Los niños con la cara pegada a la ventana ven y oyen llover. El aire huele a tierra mojada. Pero están inquietos... si no escampa son muchos para estar, por turnos, apretando su cabecita ante el cristal del mirador haciendo caras.

Los padres y los tíos toman café y se dejan balancear por las mecedoras. De vez en cuando un pequeño invade su espacio y se sienta entre sus piernas, cabalga y sueña obligando al mayor a seguir su juego.

La lluvia cesa, un rayo de sol, primero tímido... luego con fuerza, descorre la cortina de las nubes. ¡Escampa!. Los niños ahora miran al sol ilusionados. Son verdaderos observatorios astronómicos dirigidos al astro rey con creciente admiración.

Rápida la gestión de la intendencia, los mayores ayudan a poner los impermeables a los más pequeños, las botas de agua, los paraguas, el carrito para el más enano... un carrito que tendrá que llevar, como rémoras, a alguno de los otros peques que tenga un agudo ataque de mimos.

Bajamos corriendo la escalera. La del primero se asoma y dice ¡esos niños!... Perdón, señora, es que van con tanta ilusión a la calle.

Bajamos y... comenzamos... la guerra de los charcos.

El tonto del pueblo contempla la escena y... siguiendo el juego, también con sus botas de goma... chapotea.

El rayo de sol permitió ese rebrote de alegría pero para eso era necesario que viviesen los niños, el tonto, los padres, la vecina, tú y yo... que no falte nadie para jugar entre los charcos.

frid

3 comments:

mercedes saenz said...

Fede: Me encantó este relato que parece de postal. Soy de las que piensa que no debe faltar nadie para jugar en los charcos. La vida la creo sagrada. Saludos enormes. Mercedes.

Anonymous said...

gracias. ¿Te has visto en nuestro periódico?

Irene said...

Gracias, Frid, algún día sabrás por qué!!!!!!!!!!Tengo una familia tan numerosa o más que la tuya y siempre celebramos la vida sobre todo.
Un beso
Irene