Al sol, la calle desierta. Prisas por llegar a las sombras. Adelanto del verano. Ahora los fanáticos del cambio climático harían su agosto.
Paradas de bus con sus marquesinas acristaladas, protectoras de lluvia y viento, aún así apenas algún sufrido peatón esperaba en ellas.
Termómetro subiendo. Despedida definitiva del invierno y un toque prematuro de verano. Malestar pensando que el calor ya no es calor, sino calor manipulable. Aumenta la temperatura del planeta, ¡¡salvadlo!! según el dictado de los clérigos de la nueva religión ecologista.
Pero calor, calor intenso como todos los años cuando se acerca el verano y el viento se ausenta.
Las cortas sombras plagadas de árboles humanos, quietos, a la espera, atentos al asfalto.
Uno no se habría percatado que siguen estando todos, pero más quietos, más agrupados en las escasas sombras del medio día.
Al acecho, los ojos inquietos, ocultos a la luz, salvando el pellejo y disfrutando, en primavera, del frescor todavía de las sombras.
Se acerca el bus, descarga ante una parada que, de pronto, comienza a llenarse. Los ensombrados, por arte de magia, se mueven, reviven, asaltan el bus que parte lleno donde quedó vacío.
La calle vuelve a su silencio. Nuevos árboles humanos se ensombran la espera.
Hoy la calle mantiene su soledad aparente con asaltos esporádicos al acercarse otro bus a la parada.
frid