Sunday, January 21, 2007

Homenaje a mi sombrero.

Hace unos días encontré en la casa de mi hermana un viejo sombrero que había sido de mi padre. Hicimos un trato, parecía razonable que yo lo usase. Así recuerdo y honro a mis mayores y, también, así puedo vibrar con conocimiento de causa en los relatos de Chesterton, en las cazas interminables de sombreros volanderos.



Cuentan que en un pueblo del bajo Aragón, un indiano del que desciende nuestro director de cine, Saura, tenía un viejo sombrero. Un día de viento se lo llevó el aire, él se agachó y cambió el viento, volviéndole a su cabeza. Una lugareña exclamó: ¡vaya con el Saura, no pierde ni el sombrero!

Las luchas contra el viento en la caza del sombrero son, para Chesterton, parte del folclore inglés y dignos competidores de la caza del zorro. Y es que es algo noble que “no puede paliarse con el poco deportivo gesto de recoger el sombrero ajeno”; la pelea debe ser leal: uno contra su propio sombrero.

Y ese sombrero chestertoniano es la corona del rey que cada uno lleva dentro. Y en eso hay algo anarquista en el pensamiento de nuestro simpático personaje ¿o no? Creo que lo que late es la seguridad de que uno es muy importante. Dios se relaciona con cada uno sin intermediario, y eso el rey no lo hace con cualquiera.

Decía un amigo en boca de un político: “todos sabemos que al que más amamos es a nosotros mismos”; lo que es evidente en un político que supone que el bien común empieza primero por su bolsillo. También decía: “no hay tema más interesante que uno mismo”.

Pero cuando ese yo mismo habla con Dios es todo menos egoísta. Es entonces cuando el rey coronado con su sombrero se da cuenta de que está para regir el mundo, o regir su parcela. Tiene una encomienda exclusiva que es la que le permite llevar sombrero, es única y él es el único e insustituible Pepe en la familia de Lolita. Lo que él o ella no hagan no lo hará nadie.

Ya no es tanto el hablar de uno mismo, el recoger el propio sombrero, es algo más serio: es hacer la “misión en exclusiva”, “llevar la carga que no llevará otro”, es ser ese Hombre que Dios quiere por sí mismo.



Pero dejemos estos pensamientos. Hace viento y debo correr tras mi sombrero. ¡y que no me lo coja nadie, que no es deportivo recogerle a otro su sombrero!

frid