Thursday, September 10, 2009

Boletaires



Finales de agosto, calor y, de pronto, una nube tormentosa que se acerca. Sube la ladera y crece... y desparrama su agua torrencial en la tierra sedienta.

Lluvia de verano, de esa que se espera sin refugio, dejando que te inunde la figura. Torrentes breves que bajan la ladera con los secretos que el bosque ha escondido: una lata de refresco, una muñeca sin cabeza, algunos huesos mondos y lirondos de una vaca devorada por los buitres.

Sol que alegra y que calienta. Y, de pronto... un aparecer de color anaranjado. Alguien mira el brillo carnoso del níscalo recién aparecido.

Corre la voz. El valle se prepara. La noche se hace larga en la espera. Y, ya a primera hora las luces de los vehículos, serpiente que asciende la ladera hasta una campa soleada entre pinares.

Los primeros: cestas; después más tardanos llenan alguna bolsa; cuando llego me encuentro la algarabía de niños y de ancianos, los gritos del buscador de tesoros en la playa: "uno", "aquí mira este otro", "ese no que es un cuesco de lobo", "niño, no toques eso que es veneno", "magnífico ejemplar, sí chaval"... Pero ya sólo quedan algunos robellones sueltos que "cazan" en esta repesca festiva.



Paseo por el monte, restos de la guerra, desolación de setas que no tuvieron la fortuna de ser sabrosas... De pronto, un brillo anaranjado, pequeñito cual botón, muestra sonrosado su rostro esperando no ser visto por los miles de ojos que han pasado por el prado.

Vuelvo a casa, oigo todavía las conversaciones de los cientos de boletaires que hicieron su fortuna o, bien, llegaron tarde.

Eran los primeros robellones de la temporada, caro les salió aparecer con tanta ansia contenida.

Este verano, en Gerona, han salido setas. Al volver de allí algún robellón cayó en mi cesta, pero ese día los boletaires se llevaron la ventaja.

frid