Rugir de aviones, surcan el cielo zaragozano. La niña pequeña señala el cielo entusiasmada: "mamá, aviones a mogollón". Un sueño en sus ojos inocentes al ver como colofón, surcar el cielo los últimos aviones desplegando en su estela la Bandera Nacional.
Dos camareras de un bar de la calle Don Jaime están en medio de la acera, señalando una a la otra la estela de los aviones al pasar. No son las únicas, la calle está bien orientada, dirige al Paseo donde están tribunas y gradas, donde los ejércitos de España van a desfilar, y los viandantes se paran hasta que acaban de pasar.
Dos ancianas con banderitas españolas que alguien ha repartido. Recuerdan sus años mozos... porque en Zaragoza, hasta hace poco, los alumnos de la academia bajaban de gala a embaucar y ser embaucados por las mozas de la ciudad.
Un niño mira entusiasmado los uniformes de gala. Pregunta a mamá: ¿Son soldados, son valientes? -Por supuesto. ¿Y papá? -El también es valiente, aunque no sea militar.
Los uniformes igualan, elevan al que no tiene. Y también esconden grandezas y miserias. Eso, lo de dentro, no lo pueden cambiar. Héroes y cobardes, generosos y egoístas, amores y rencores... no pueden cambiarse por el ropaje, si bien ayuda la uniformidad para vibrar al unísono en nobleza militar.
Es curioso ver la mirada alegre de los zaragozanos, en su gran mayoría, al contemplar la parada militar. Se inicia con el homenaje a la bandera y la oración por los muertos. Y uno siente que el amor a la Patria es medicina que sana, y que curaría muchas miserias si no gobernasen la tierra gentes acomplejadas que tienen miedo a gritar ¡Viva España! como si eso fuese algún mal.
frid
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