
Frío, viento, lluvia. Y es un día de otoño que, de pronto, se ha vestido de invierno.
Y ahí están los zaragozanos asombrados, desempolvando paraguas oxidados y afrontando el parte meteorológico.
Alerta amarilla, poca cosa... en Huesca es alerta naranja. Al menos ahí el mal tiempo se viste con el manto inmaculado de la nieve. Aquí sólo llueve... pero llueve como suele hacerse en Zaragoza, en horizontal para desesperación de la protección paragüera.
Van cayendo, ahí en el suelo, en papeleras, en portales... son residuos de varillas, telas y mangos retorcidos. Un golpe de viento malicioso y da la vuelta al paraguas como a un pulpo derrotado.
No nos acostumbramos. Aquí en quince días llueve lo de todo el año. El viento, es compañía de diario, pero el agua con el viento es una mala jugarreta.
Más que artificios de varillas se necesita la coraza y el escudo para protegerse de las lanzas de agua que lanza el aire arremolinado esperando llevarse su ración de paraguas muertos.
No nos vale que nos digan desde su rincón, en un charco de agua y desaliento: ¡no estábamos preparados! Y es que aquí, en esta tierra, ruina del negocio paragüero, se venden los paraguas de desecho.
Hoy ya sólo hace viento. Los chatarreros recogen los despojos, las bolsas de plástico, cual cometas, se levantan en vuelo helado. Ya se sabe: tres días de viento y volverá la calma, pero calma ya sin paraguas hasta nueva temporada.
Cementerio de paraguas es Zaragoza este primer día de invierno adelantado. Y, como una broma, volverá el sol, volverá la calma y, tímidamente, iremos a la tienda a reponer nuestra indumentaria contra el agua con mercancía que, sabemos, morirá al primer envite del cierzo envalentonado.
frid