Wednesday, August 16, 2006

Historia de una taza de café


Saltarina, arrojose recien servida sobre el pantalón blanco de aquel indiano, dejando la marca indiscutible de una mancha de café.

Ya apuntaba maneras la taza recien estrenada y ahí con un especial brillo se almacenaba todos los días en la alacena del bar que le dió la acogida.

No sabía el pobre propietario que había adquirido una taza tan traviesa. Normalmente ante pantalones obscuros y faldas serias la taza, picarona, mantenía la compostura... esperaba con atención la ocasión propicia... y era entonces cuando mostraba sus habilidades recien adquiridas.

Su especialidad era el salpicado de la cucharilla sobre la camisa blanca, aunque a veces hacía el doble salto mortal con tirabuzón incluido para terminar entre las piernas de alguna inocente dama con la falda blanca. Eso sí buscaba una buena causa... estaban los jóvenes sin saber qué decirse... muy sosetes y entonces ¡allá voy! se lanzaba sobre el más apocado de los dos para que comenzara el diálogo.

Solía acabar bien el asunto, pero nunca era invitada a la boda, ni siquiera recordada. Era traviesa pero sabía muy bien lo que hacía... un buen accidente doméstico y se rompía el hielo.

Después, muy arrepentida, pasaba el resto del año sin hacer aspavientos, todo callada, escondiendo su brillo malicioso... y es que era una taza sabia, de esas que saben que la vida, sin anécdotas, no es apenas vida.

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